Se siente bien llegar a tu cama todas las noches y
desahogarte con la almohada. Llorar hasta que se te acabe los pañuelitos
descartables y desperdiciar horas de sueño con pensamientos autodestructivos.
Dar vueltas en la cama y no encontrar nadie a tu alrededor para que te de un
abrazo. Mirar el celular deseando con todas tus fuerzas recibir un llamado de
gente que crees que le importas y lamentablemente no suena. Te levantas y vas
al baño, te miras en el espejo y te quedas un rato mirándote llorar… y
preguntándote cuando terminara este dolor por dentro, pero pareciera que no
terminara pronto. Vas hasta la cocina a tomar un vaso con agua y te ahogas
entre saliva, llanto, aire y agua. Te vas rápido a tu acogedora cama, a tu fiel
amiga que te consuela cuando lo necesitas. Te tapas hasta la cabeza y es ahí
cuando empiezas a pegarle piñas a tu inocente cama sin parar, te revolcas en la
rabia de sentir por dentro tanta impotencia e indiferencia que terminas
durmiéndote. Pero acá no termina todo. Los sueños te siguen, más que sueños…
pesadillas. Transpiras, sudas y de repente te despertas. Y ya no sabes que es
peor si tus pesadillas o volver a tu triste realidad, pero decidís una vez más
dormirte y no volver jamás… y hoy me dijeron que si lo deseas tanto se te
cumple. Asique quizás hoy tenga suerte con mi descanso.
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